El fin de todo lo que nos han dejado, lo que hemos aprendido, construido, parece inminente. Vivimos la angustia del fin como quien sube una montaña. Y una montaña es un hueco al revés.
El tema es una indefinible tensión entre dos mundos. El mundo que tenemos es el que anhelamos. Otrora, inventamos lenguajes que nos ayudaron a construir esa utopía de mundo que cambió todo a nuestro alrededor. Ahora, dichos lenguajes ya no sirven. Nos impiden cambiar. Nos aprisionan. Valsamos y, poco a poco, nos convertimos en perros. Somos hijos y frutos de experiencias algorítmicas de empresas innovadoras. Nada podemos hacer. Estamos perdiendo las palabras. Cada día un poco más. Todo está cambiando radicalmente. Tenemos que aprender a cambiar nosotros también. Cada vez nos sentimos mejor en esta vida de perro.